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Santa Marta

El drama de escribir ensayos en la universidad

Por José Manuel Villarreal Gravini

Al iniciar semestre, los estudiantes universitarios no han terminado de sentarse en sus pupitres cuando los docentes ya les están pidiendo que escriban un ensayo sobre determinado tema, para que sea entregado en la próxima clase o en los próximos ocho días, que es lo mismo.  Este acto pedagógico se repetirá de manera sistemática en todas las asignaturas, de todos los semestres, de todas las facultades, de todas las universidades.

Vistas las propiedades del ensayo como herramienta para exponer ideas, dar opiniones y generar pensamiento crítico y autonomía en el estudiante, no se pone en duda la necesariedad de este género en la práctica pedagógica en la perspectiva de la calidad educativa.

Entonces, ¿cuál es el problema? No, no es solo un problema, son varios. El primero es, en término medio, que el estudiante es un incompetente consciente (Martínez, 2011), sabe que existen los ensayos, pero no evidencia competencia para escribirlos. Ellos no tienen claro el concepto. Alzate (2009), sostiene que “el ensayo es la escritura de una postura personal, respaldada con argumentos, respecto de un tema polémico, alrededor del cual no hay consenso, con el fin de persuadir, convencer, y ganar adeptos para la posición planteada”(p.2)

Alzate da en el blanco, la “postura personal, respaldada con argumentos, respecto de un tema…” es la médula, el corazón, la esencia de un ensayo. Sobre el asunto, existen, como no, otras posiciones muy respetables, pero no todas son plenamente compartidas. Por ejemplo, Marín, 2013, dice:

Para escribir un ensayo se requieren, entre otras virtudes, solvencia argumentativa, erudición, capacidad de síntesis, percepción de los matices, elegancia en el lenguaje, imaginación asociativa, sensibilidad, lucidez, amplia cultura, rigor, honestidad, capacidad para ubicarse en perspectivas múltiples y simultáneas, poder de seducción, encanto, humor, en fin, una infinidad de rasgos que sólo se adquieren en largos años de formación y demuestran, en últimas, la más alta de las virtudes que puede ostentar un ensayista: la seguridad de que posee un criterio propio (p.1).

El comentario de Marín le niega toda posibilidad al estudiante de ejercer el derecho a ensayar ensayos. ¿Cómo va a tener un bachiller, con su juventud, una “amplia cultura”? ¿Habría que esperar, acaso, que el joven tenga “una infinidad de rasgos que solo se adquieren en largos años de formación” para acometer la aventura de escribir ensayos? ¡No, claro que no! Tampoco es cierto que el estudiante deba tener todas esas “virtudes” para producirlos. Es pertinente, eso sí, “la seguridad de que posee un criterio propio”, que tenga un camino recorrido de lecturas y de reflexión, sobre todo.  Porque con cualquier tema, incluso el aparentemente más trivial, se puede escribir un ensayo, dado que este género no pertenece a una clase particular de escritores; sino a todos aquellos que tengan algo que decir…

En segundo lugar, hay ocasiones, que no son pocas, en que el tema asignando para el ensayo no ha sido desarrollado en clases.  Esta praxis lo que hace es agregar otro ingrediente a las recetas de dificultades que enfrenta el universitario, toda vez que el sistema educativo colombiano no propicia el desarrollo óptimo de las habilidades lectoescriturales en la básica ni en la media. Tampoco atiende aspectos pertinentes a la finalidad de la educación como modelar un ser humano informado, con sensibilidad y con opiniones autónomas.

Según El Tiempo (2019), los más recientes resultados del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), en competencia de lectura, aproximadamente el 50% de los bachilleres colombianos está en el nivel 2 de la prueba. Son cinco niveles de competencia, y lo ideal, para los expertos, sería que todos los alumnos estuvieran en los niveles 4 y 5. Por el contrario, en 2018 se evidenció una caída en el rubro de lectura, pasando de 425 puntos en el 2015 a 412 en el 2018.

Otras pruebas internacionales, como PIRLS (Estudio Internacional del Progreso de Competencia Lectora), confirma que el nivel de desempeño en competencia lectora es muy bajo, lo que repercute en el bachillerato en una comprensión deficiente del proceso de lectura.

Para Francisco Cajiao (El Tiempo, 2019), experto en educación, estos resultados no son sorpresivos porque “el sistema educativo colombiano no ha tenido cambios rápidos en su modelo”. Y agrega que se deben tener en cuenta dos aspectos: uno, la capacitación de los docentes; y dos, los currículums deben cambiar porque ya no se deben dictar 14 asignaturas, así es muy difícil ser eficiente.

      Un estudio de la Red de Lectura y Escritura en Educación Superior, que lidera la Universidad de La Sabana (2015), afirma que los estudiantes de primer año en la universidad no saben escribir un ensayo, tienen mala ortografía y carecen de competencias en comprensión de lectura.

      La investigación asegura que en el bachillerato los alumnos no desarrollan las habilidades lingüísticas necesarias que les permiten tener un conocimiento básico en el manejo de la lengua española, razón por la cual se les dificulta enfrentarse a textos de mayor nivel académico, tanto para leerlos como para escribirlos.

Aquí, la comparación con otras experiencias educativas, señala Melo (2002) es ilustrativa: “(…)el objetivo central del sistema escolar francés, hasta la secundaria, es enseñar a los estudiantes a escribir bien, y esto lo muestra el tradicional examen del bachillerato, que se centra en la capacidad de hacer una composición literaria” (p.74)

Bajo esas circunstancias, el estudiante emprende la tarea de investigar sin orientación alguna.  Su accionar nos remite a la antigüedad,  cuando los griegos acudían desesperados al oráculo de Delfos para preguntar a los dioses sobre cuestiones inquietantes. Hoy, los jóvenes, continuando, a su manera, con la tradición,  consultan a los dioses modernos: Google, Wikipedia, Rincón del Vago, Buenas Tareas… Y allí, por supuesto, encuentran información, no la información, sobre lo que buscan. Vélez (2013) afirma:

En el ámbito académico, algunos proceden como si esta forma de escritura consistiera en un esquema de evaluación que el estudiante pudiera llenar con algunos datos variables, según el tema o la ocasión. Pero su escritura —como corresponde a un proceso gradual de aprendizaje— sólo puede sobrevenir como consecuencia de un camino recorrido (p.1).

Camino que no siempre es largo y tortuoso.

El paso siguiente es el tercer problema, el copy and paste (copiar y pegar), pues no dan el crédito correspondiente… y aparece el plagio, plagio, que si bien es considerado un acto doloso, en algunos casos puede llegar a ser un acto culposo, toda vez que la persona que lo realiza lo hace sin la intención de engañar. Al respecto, Ochoa y Cueva (2014) sostienen:

Un factor que favorece el plagio es el hecho de que, en los niveles educativos anteriores a la universidad, es una práctica común (no sancionable) el copiar y pegar: profesores de la educación básica y media piden a los estudiantes buscar una información y entregarla sin siquiera señalar la fuente. Esto se convierte en un hábito para el estudiante, quien reproduce esta práctica en la universidad (p.5).

Después de toda esa odisea, el estudiante ha terminado su ensayo. ¡Uff, qué alivio!  Pero, ¿si es un ensayo lo que ha escrito? No, la mayor parte de las veces es una colcha de retazos. Vélez (2013-2), aclara: “Y es que otorgar el nombre de ensayo a cualquier clase de escrito entraña no sólo una inexactitud formal, sino un indicio preocupante de que el saber ha caído en un relativismo conceptual” (p.3).

Ante estas falencias, que se manifiestan de alguna manera en las pruebas Saber Pro, el gobierno, obviamente, se pronuncia. En entrevista concedida a Portafolio (2012), el viceministro de Educación Superior, Javier Botero Álvarez, deja sentado que es preocupante que la debilidad en comprensión de lectura y escritura que se observa en el bachillerato, se mantenga, o en ciertos casos se profundice, en la educación superior.

Es digno de analizar, en la misma entrevista, las respuestas dadas por el funcionario mencionado a dos preguntas que se citan textualmente:

¿Qué van a hacer para mejorar estas competencias en los universitarios? Conscientes de esta debilidad tan grande, esperamos que las instituciones de educación superior (IES), dentro de su autonomía, corrijan estas falencias y que los mismos estudiantes sean quienes lo exijan (…).

Si bien tienen autonomía, ¿no puede el Gobierno atacar esta falla?

(…)

Desde las mismas familias debe promoverse la lectura en los niños y en los jóvenes, y en los colegios la escritura y la redacción. El llamado del Gobierno es que las instituciones de educación superior refuercen estas competencias.

¡Qué los mismos estudiantes sean quienes lo exijan! ¿Cómo? Ellos no conocen sus verdaderas deficiencias, recordemos que los estudiantes son incompetentes conscientes.  Viven, además, en un estado de confort inducido por malas prácticas a lo largo de su vida escolar, que no quieren que se evapore con “nuevas cargas académicas”.

Las declaraciones del alto funcionario, que obedecen más a políticas de Estado que de gobierno, parecieran darle la razón a Freire  (Máximas) cuando dice: “Sería una actitud ingenua pensar que las clases  dominantes van a desarrollar una forma de  educación que permita a las clases dominadas percibir las injusticias sociales en forma crítica”.  Pero no es absolutamente cierto, porque incluso universidades de estratos más altos padecen este problema. Jiménez (2011), periodista de El Tiempo y profesor de comunicación social de la Universidad Javeriana, renunció a su cátedra.  Su carta de renuncia, que fue publicada por El Tiempo, dice en uno  de sus apartes:

No voy a generalizar. De 30, tres se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo. Veinticinco muchachos en sus 20 años no pudieron, en cuatro meses, escribir el resumen de una obra en un párrafo atildado, entregarlo en el plazo pactado y usar un número de palabras limitado, que varió de un ejercicio a otro. Estudiantes de Comunicación Social entre su tercer y su octavo semestre, que estudiaron doce años en colegios privados. Es probable que entre cinco y diez de ellos hubieran ido de intercambio a otro país, y que otros más conocieran una cultura distinta a la suya en algún viaje de vacaciones con la familia. Son hijos de ejecutivos que están por los 40 y los 50, que tienen buenos trabajos, educación universitaria. Muchos, posgraduados. En casa siempre hubo un computador; puedo apostar a que al menos 20 de esos estudiantes tiene banda ancha, y que la tele de casa pasa encendida más tiempo en canales por cable que en señal abierta. Tomaron más Milo que aguadepanela, comieron más lomo y ensalada que arroz con huevo. Ustedes saben a qué me refiero.

Luego, parece evidenciarse que el problema es estructural, que está en la base. Y que no tiene solución a la vista por parte del Ministerio de Educación.

Y ahora, ¿quién podrá defendernos?        

“Solo la lucha le da sentido a la vida.

El triunfo o la derrota están en manos de los dioses.

¡Celebremos la lucha!”

Canción de guerra swahili

 George Miller (1992)

La tarea, entonces, no consiste en convertirnos en veedores ni mucho menos en tratar de buscar culpables.  Sin entrar en discusiones bizantinas, el reto se debe afrontar proporcionando a los estudiantes las bases para la producción textual que no se les suministraron en la secundaria, para que puedan ser capaces de manejar esta importante herramienta tanto en su formación como en su profesión.

No se conoce todavía una fórmula mágica que garantice la escritura de ensayos de buenas a primeras, sólo por cumplir con una solicitud del docente.  La posibilidad que existe es la de adoptar un método progresivo y consciente.

Inicialmente, al estudiante se le podría pedir un informe de lectura, un resumen, una reseña, una relatoría o un comentario, que pueden cumplir eficazmente el objetivo de dar cuenta del tema en cuestión. Y, según Alzate (2009), “así no despreciamos mediaciones escriturales muy valiosas y de riqueza infinita para procesos superiores”(p.4).

Posteriormente, para ensayar a hacer ensayos, podemos elegirle temas polémicos, en los que no existen verdades, ni el profesor pueda arrogarse su postura como la correcta. En tal caso, es posible que el profesor inicie poniendo a los estudiantes a respaldar o rechazar afirmaciones a modo de tesis ya elaboradas por él mismo.

Ante las circunstancias, lo viable para minimizar los problemas de los estudiantes apunta a que se debe trabajar con ellos los procesos de escritura por medio de avances que permiten una retroalimentación.  El trabajo no sería para una semana, sino que se va elaborando en función del desarrollo del texto. Por ejemplo, en la primera semana se elige el tema, se enlista tanto lo que se sabe del mismo como lo que se desea saber  Luego, de manera secuencial, se avanza con sugerencias de lecturas inherentes a la temática, a la introducción, al cuerpo y a la conclusión.  Todo esto basado en argumentos propios o investigados, pero siempre respaldados por fuentes creíbles.

En fin, escribir ensayos es una práctica imprescindible en el desarrollo holístico del estudiante. Quienes los escriben pueden, en un momento dado, opinar sobre diversas temáticas.  Y ellos, en sí mismos, se transforman y se auto descubren, se hacen más humanos y prudentes, pues al conocer las dos caras de la moneda no toman posiciones apresuradas.

José Manuel Villarreal Gravini: Economista, especialista en estudios pedagógicos y magister en educación. Docente en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, UNAD. Miembro activo de la Fundación Arajo. Autor de Cómo nacieron las palabras – La señora M y las vocales.
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