-Era una mujer alta y delgada, de una cabellera larga y desordenada que no le dejaba ver la cara. Sus brazos alargados le llevaban las manos huesudas hasta las rodillas. Vestía una túnica blancuzca con hilachas en la parte baja y no se le veían los pies; parecía flotar sobre el aire. Su llanto quejumbroso me hizo erizar la piel. Estaba asomado por una hendija de la puerta porque minutos antes me desperté con el aullido de los perros.
Así, en forma detallada y sin omitir ni una coma, escuché a muchos adultos mayores en mi pueblo Algarrobo narrar la manera cómo llegaron a conocer a La llorona loca. Una leyenda de terror que los Viernes Santo a la mayoría de las personas, sobre todo a los niños, nos hacía dormir temprano y en silencio, pues era una constante que ese espanto le saliera a los que estuvieran despiertos y se llevaba a quienes tenían la osadía de estar en la calle a las 12 de la noche.
En lo poco que he logrado investigar he notado que la historia de La Llorona loca va de México a Chile, que al parecer se trató de una leyenda que vino de Europa y se fusionó con un mito de los nativos de este continente. Claro que en cada región y país tiene algunos trazos diferentes, pero en el fondo es casi la misma.
Mientras que en Algarrobo Magdalena y otros pueblos aledaños el espanto solo aparecía el Viernes Santo, en los Llanos Orientales y en algunas zonas del Caribe colombiano La llorona vagaba cualquier día del año por calles y caminos oscuros y solitarios. El maestro José Benito Barros describió majestuosamente en una crónica musical su encuentro con La llorona loca en una calle de Tamalameque Cesar: “a mí me salió una noche/una noche de carnaval/me meneaba la cintura/como iguana en un matorral”.
Muchos años después conocí que José Rafael, un hermano mayor, con Robertico Mendinueta, Héctor Vélez, Alfonso Parra y varios otros de su gallada se reunían a escondidas los Viernes Santo para realizar en el pueblo escenas de terror. Los Viernes Santos a las doce de la noche salían a llorar con requiebro, iban de esquina en esquina, el uno le respondía al otro mientras avanzaban cubriendo casi todas las calles. El silencio y la quietud de las noches de los meses marzo y abril, más la oscuridad reinante para esa época en el pueblo, les ayudaba a transmitir el mensaje.
El Sábado de Gloria desde la buena mañana la noticia sobre la supuesta aparición de La Llorona Loca se tomaba todas las reuniones en aquel pueblo. Cada contertulio, supuesto testigo del hecho, le imprimía su sello a la historia, pero siempre teniendo como eje central la fisonomía del personaje fantasma. Así, el mito tomaba ribetes fantásticos que posiblemente lo ayudaron a perdurar por muchos años más. Hoy la leyenda comienza a desaparecer y de la nueva generación son muy pocos los que la conocen.
@LuisOnateGamez