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Editorial

La contaminación electoral, un mal que se convirtió en costumbre

La contaminación visual por estas campañas es un cáncer que no pasa, miremos nada más cuántos anuncios todavía hay paredes y postes de elecciones anteriores.

En esta era medioambiental, ecológica y de lo biodegradable, hablar de contaminación no suena extraño, pues, los ecosistemas han ido perdiendo características naturales por causas extrínsecas a sus propios procesos, la RAE define como la alteración nociva de la pureza o las condiciones normales de una cosa o un medio por agentes químicos o físicos. Es un concepto general que engloba la raíz del cambio climático, por ejemplo.

Pero además de estas condiciones, subyace otro tipo de contaminación que se mueve de manera silenciosa, es aquella que irrumpe con la estética de un paisaje, representada en aquellos elementos como carteles, vallas, afiches, y otros que generan una invasiva estimulación visual. Y este fenómeno no es exclusivo de las urbes, sino de todos los territorios, sólo basta abrir los ojos en esta época electoral donde en la ciudad no queda un hueco donde los candidatos puedan poner su propaganda proselitista, creen que el que más publicite ese es el que va a ganar.

La contaminación visual por estas campañas es un cáncer que no pasa, miremos nada más cuántos anuncios todavía hay paredes y postes de elecciones anteriores, y aunque es un tema de interés común nadie vela por el cumplimiento de la Ley 130 de 1994 cuyo articulado habla de la publicidad electoral en radio y prensa escrita, pero además señala que los alcaldes son quienes conceden la distribución del espacio público para estos fines.

El Consejo Nacional Electoral (CNE) se pronunció sobre las reglas del juego, así como también lo hizo la procuradora, Margarita Cabello, quien solicitó a los mandatarios locales un estricto seguimiento y control de la avalancha de publicidad que se avecina porque, así como arrojar basura a los ríos causa daños irreparables en el ecosistema, asimismo serán los perjuicios de la propaganda en exceso en los seres humanos.

Pero también en estos días se suma de igual forma la contaminación auditiva, una manera nociva de los que contratan carros con bocinas para sonar los jingles de sus campañas. Entonces ya no toca lidiar solo con el vecino que hace bulla con el equipo de sonido todos los días, sino que toca aguantar el escándalo de los que piden que voten por X o Y candidato.

De acuerdo con sus competencias, el Departamento Administrativo de Sostenibilidad Ambiental (DADSA) tiene la misión de desmontar la propaganda que no cumpla con los requisitos exigidos, pero su misión es poco visible. Y en las elecciones anteriores mientras que el distrito se inundaba de este material, el DADSA y comité de seguimiento electoral brillaban por su ausencia.

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