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Colombia

Hace 200 años, empezó la independencia en el Pantano de Vargas

La memoria de la nación refiere que hace 200 años, el 25 de julio de 1819, en la batalla del Pantano de Vargas, el ejército libertador dio el paso decisivo hacia la libertad. Un capítulo que el periodista Héctor Muñoz Bustamante recogió en su obra “Diario de la Independencia”.

“Los que sean valientes síganme, porque en este momento triunfamos”. Esas palabras del coronel Juan José Rondón a sus lanceros cuando bajó del cerro con la autorización de Bolívar para entrar en batalla, determinaron la suerte de la república en el Pantano de Vargas. Era la tarde del 25 de julio de 1819, y minutos antes se había escuchado decir a Bolívar, “Se nos vino la caballería y se perdió la batalla”. Fue entonces cuando Rondón recordó que ni el ni sus jinetes habían peleado y pidió permiso al Libertador para “hacer una entrada”. Bolívar, desconcertado, repuso: “Haga lo que pueda, salve pues usted la patria coronel”.

La batalla del Pantano de Vargas había comenzado hacia las diez y media de la mañana en un sitio conocido como La Cruz de Murcia, donde chocaron por primera vez los ejércitos. El realista que comandaba el coronel José María Barreiro que tenía en ese punto más hombres y armas; y el ejército libertador que había avanzado a la zona con un pelotón del batallón Cazadores que terminó arrollado. De cuarenta hombres, escasamente lograron huir un oficial, dos soldados y un guía. Esa victoria de las tropas de Barreiro le permitió una posición ventajosa en dos alturas del Picacho, que se convirtió en el eje de la confrontación.

La infantería de Bolívar quedó condicionada a “atacar hacia las cumbres”, como narra el periodista Héctor Muñoz Bustamante en su obra “Diario de la Independencia”. Bolívar se ubicó en otra altura cercana en la misma zona de acción, y envió a la división de Vanguardia a dar la pelea, cuerpo a cuerpo, trepando el cerro del Picacho. “Cada metro de terreno costaba muertos a ambos bandos”. Hacia la una de la tarde, la ordenada infantería realista no cedía terreno, y el general Santander llegó a apoyar el ascenso patriota con tropas socorranas de Antonio Obando. Barreiro reforzó su posición con más hombres del batallón Granaderos de Numancia.

A pesar del refuerzo de Santander, las tropas de Vanguardia cedieron medio kilómetro de terreno y terminaron replegadas hacia la quebrada Varguitas. Entonces Bolívar ordenó a la división de retaguardia, a órdenes del general José Antonio Anzoátegui, entrar en batalla en el cerro del Picacho y en el contiguo de El Cangrejo. Combatientes de los batallones Rifles, Barcelona y Bravo comenzaron a recuperar el terreno perdido y el ejército realista tuvo que retroceder casi hasta las crestas de la cumbre. Sin embargo, empezó a pasar el tiempo hasta que se estancó el avance patriota y permitió al ejército realista hacer ostentación de su poderío.

En el punto culminante del Picacho, un oficial realista clavó una bandera del rey de España, y Barreiro ordenó el contraataque obligando a los republicanos a ceder terreno, en medio de “un reguero de muertos y heridos por todas partes”. Cuando parecía inminente su triunfo gritó confiado: “¡Viva España! ¡Ni Dios me quita la victoria!”. Cuenta el periodista Héctor Muñoz Bustamante que, ante el rechazo militar a su infantería, Bolívar constató que escasamente le quedaba la Legión Británica y la caballería, y fue en ese momento cuando advertido de la extrema situación, atendió la petición de Rondón y luego murmuró: “Virgen Santa de Los Tiestos”.

Los lanceros de Rondón a todo galope acometieron a los realistas con valentía, y lograron que dieran marcha atrás, en una acción que animó a la infantería a contraatacar mientras se desataba un furioso aguacero. Cuando se vino la noche de ese 25 de julio y la batalla se había inclinado del lado patriota, Barreiro ordenó la retirada y “en completo desorden”, se replegó a las alturas del Salitre o hasta Paipa, perseguidos por la caballería republicana. Hacia las siete de la noche, Bolívar llegó a “las casas de Vargas”, donde empezó a organizar los batallones y luego se reunió con los generales Santander y Anzoátegui para hacer el balance de la batalla.

Nadie durmió esa noche. Había demasiados heridos y víctimas mortales. Al coronel Jaime Rooke, de la Legión Británica, fue necesario amputarle un brazo. El autor señala que cuando terminó la improvisada operación, con la otra mano tomó su brazo amputado y gritó: “¡Viva la patria!”. Para animarlo, el cirujano inglés Thomas Foley le indagó: “¿Irlanda o Inglaterra?”. Y Rooke contestó: “¡La patria que me ha de dar sepultura!”. Horas después falleció en Tibasosa. Como él, pasaban de trescientos los muertos republicanos en la batalla. Y decenas de hombres y mujeres campesinos de la región acudieron a auxiliar al ejército patriota.

En las siguientes horas, entre el penoso reconocimiento de los cadáveres, la atención de los heridos o la recuperación de armas y municiones, varios realistas portando banderas blancas llegaron a entregarse y cambiaron de bando. El ejército libertador regresó a su campamento central en los corrales de Bonza, y empezaron a llegar voluntarios y reclutas de Belén, Sativa, Santa Rosa, Paipa, Sogamoso o Tibasosa. Fueron dos semanas de movilización de gente y de descanso necesario para reorganizar los batallones. Hasta la madrugada del 3 de agosto que se movió para ocupar Paipa, donde sus habitantes salieron alborozados a recibirlo.

Cuatro días después, el 7 de agosto de 1819, fue la batalla del puente de Boyacá que selló la independencia. Tres días después Bolívar entró triunfante a Santa Fe y concluyó una campaña digna de ser exaltada en el libro de las grandes gestas de la historia universal. Que empezó tres meses antes, el 25 de mayo, en la aldea La Setenta, en una choza arruinada a orillas del río Apure en Venezuela, cuando planteó a sus oficiales un cambio de planes para llevar la libertad a la Nueva Granada antes que Venezuela, y que atravesando inundadas llanuras y luego la cordillera oriental por el páramo de Pisba, 75 días después terminó con victoria.

La antesala definitiva fue la batalla del Pantano de Vargas, “un angosto valle situado a seis kilómetros de Paipa”, con una quebrada en el centro y “pequeñas lagunas y hondos tremedales”, con un valle de caminos hacia pueblos laboriosos y una cuchilla montañosa con un cerro estratégico llamado Picacho. En ese histórico lugar, el 25 de julio de 1819 se resolvió en buena medida la independencia de Colombia. Con sobradas razones, sumada esta victoria a las anteriores en los llanos de Venezuela, Arauca o Casanare, tiempo después Bolívar resumió en una frase su misión cumplida: “Si Venezuela me dio la vida, Boyacá me dio la gloria”.

Tomado de El Espectador

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