Una condena contra un jefe paramilitar de la región fue su sentencia de muerte.
El 3 de diciembre del 2001 Santa Marta se conmocionó por el asesinato del juez penal especializado, Javier Alfredo Cotes Laurens, cuando se encontraba en su vivienda en el barrio Santa Elena de esta ciudad.
Eran las 7:30 de la mañana de ese fatídico lunes, cuando un mecánico de su confianza lo sacó de su casa para hablar sobre los repuestos de un carro que estaba arreglando. Fue la ocasión de vulnerabilidad perfecta que encontraron sus asesinos.
Sicarios en moto irrumpieron en la carrera 18 con calle 25ª y dispararon en diferentes oportunidades contra la humanidad del hombre de ley. Cerca de 10 impactos se alojaron en su cuerpo dejándolo sin vida.
Cotes Laurens solo llevaba un mes en su cargo de juez especializado en los juzgados de Santa Marta, luego de ejercer como ‘juez sin rostro’ en Bogotá, nombre que se le daba a los togados para salvaguardar su vida por los fallos que emitieran en una época donde predominaban los paramilitares.
En el lapso de tiempo que estuvo en el cargo realizó dos fallos de fondo: una sentencia absolutoria a un procesado por el delito de tráfico de estupefacientes y otra condenatoria el 22 de noviembre que afectó a un jefe paramilitar de la región. Esta última habría sido su sentencia de muerte.
¿Quién es el responsable?
El 18 de abril de la presente anualidad la Fiscalía General de la Nación acusó al empresario y dirigente deportivo, Eduardo Dávila Armenta, como pregunto determinador del crimen del juez Cotes Laurens.
Según las investigaciones de la Fiscalía, hay indicios de que presuntamente Dávila Armenta le pidió a un grupo paramilitar asesinar al juez después que lo condenara a diez años de cárcel y la extinción de dominio a una de sus propiedades en la década de los noventa.
Una fiscal de la Dirección Especializada contra las Violaciones a los Derechos Humanos verificó el material de prueba y estableció que el empresario sería la persona que ordenó asesinar al juez penal especializado.
El ente señaló que las investigaciones dejaron al descubierto que a cambio de favores y supuestos servicios de seguridad, Dávila habría financiado una red de sicarios conocida como ‘Los Chamizos’, que estaba al servicio del jefe paramilitar de la Sierra Nevada de Santa Marta, Hernán Giraldo Serna y un clan familiar conocido como ‘Los Rojas’.
En ese sentido, la Fiscalía mantuvo la medida de aseguramiento privativa de la libertad contra Eduardo Dávila Armenta y lo acusó por el delito de homicidio agravado. Este proceso se sigue en el marco de la Ley 600 de 2000.
Heridas abiertas
A 20 años de su partida, la familia del juez Cotes Laurens sigue clamando justicia y persiguiendo el legado de honestidad, humildad y rectitud que les dejó.
Por ello, Fabián Enrique Cotes Mozo, el mayor de los hijos de Javier, le escribió una carta a su padre, quien continúa siendo su ejemplo a seguir en la vida personal y profesional, porque decidió seguir sus pasos y estudiar derecho:
A mi padre, Javier Alfredo Cotes Laurens
Después de 20 años, persiste la dificultad de que, al escribir unas palabras sobre mi papá, estas no sean de reclamo para que por fin se haga justicia por su asesinato. Sin embargo, estas letras serán dedicadas a conmemorarlo como ejemplo de persona y de servidor público, pues al final, de alguna u otra manera, el hampa siempre cede ante el ímpetu que reclama la verdad.
Mi padre, a quien de manera jocosa sus amigos le decían El ñato, no solo fue un Juez probo y ecuánime, sino el corazón más noble que he conocido. Lo inoportuno de su partida no bastó para dejar un racimo de recuerdos que rememoran a aquel apasionado de las causas provistas de amor por el prójimo y a alguien que gozaba de un sentido de la vida único, que aún me causa una profunda admiración.
Sus actos solidarios lo caracterizaban y todavía los tengo presentes, por ejemplo, todos los 24 de diciembre nos llevaba a los barrios apartados a dejar un regalo de Navidad a los niños con menos recursos. Ese era él, un hombre desprendido, que además daba la lucha por el indefenso. Y es que esa empatía tiene sentido, no es un secreto que este pescaitero de pura cepa, que venía de abajo, a punta de estudio lograra ser abogado para después de varios cargos ser posesionado como Juez sin rostro. Esta justicia, que dicho sea de paso, a pesar de que se implementó para juzgar a los narcotraficantes de la época, luego desprotegió a sus actores cuando se desmontó, pues, en gracia de ello, solo en 1998 fueron inmolados 15 fiscales sin rostro dentro un anonimato que no salvaguardó nunca a sus funcionarios.
Ahora puedo comprender que aquel genuino soñador jamás dejó de creer que se podía construir un país mejor, una patria desapoderada de los mismos tres mafiosos de siempre. Sobre esa idea, nos decía que solo se podría alcanzar desde la prestación de un servicio público honesto y desde la templanza que moldea al ciudadano de a pie, luego de haber estudiado. Sin duda, esa misma tenacidad y custodia por la justicia, a través de sus decisiones, desembocó en que un día como hoy, hace 20 años, varios sicarios tocaran a la puerta de mi casa y nos lo arrancaran para siempre.
Sigue doliendo su partida y no ha pasado un día en que no lo tenga presente, sobre todo porque tengo la certeza de que sus nietos lo harían inmensamente feliz. Pero nos queda el consuelo de que sus enseñanzas para mis hermanos y para mí son un catálogo de conducta de nuestro diario vivir. Además, porque dejó grandes amigos, colegas y hermanos masones que no solo nos han tendido la mano, sino que hasta el día de hoy lo evocan con regocijo. Es grato cuando me relatan sus anécdotas en las que siempre intermedia una frase amable a su memoria.
De mi papá se podría escribir un libro entero, relatando su vida y, en especial, de sus ocurrencias, las cuales todavía recuerdo y me hacen sonreír. Solo los que lo conocimos sabemos de su mamadera de gallo y de su alegría. Por esas virtudes me he dado cuenta de que al final de nuestros días el mejor legado que podemos perpetuar es que nos recuerden por un gesto amable, por ser humildes y buenas personas, porque el resto son añadiduras. ¡Te recordaremos siempre, papá!