Por: Carlos Orlando Pardo
En uno de los momentos más cruciales
de la presidencia de Richard Nixon, cuando su gobierno bloqueó al New York
Times la publicación de los Papeles del Pentágono que ponía en evidencia las
mentiras de varios gobiernos para mantener la guerra del Vietnam, el director
del Washington Post, Ben Bradlee, lanzó una frase contundente: El
periodismo debe servir a los gobernados, no a los gobernantes.
Y los archivos fueron publicados por
el Post dejando herido de muerte al gobierno de Nixon, que poco tiempo
después sucumbiría y renunciaría ante el escándalo del Watergate, también
descubierto por este periódico.
En la última película de
Spielberg, The post, Los archivos del Pentágono, por su traducción al
español, esta frase retumba a lo largo del film. El periodismo debe servir a
los gobernados, no a los gobernantes.
Sin embargo, en estos convulsionados
tiempos, es común que las diferencias se solucionen destruyendo la imagen del
oponente. Las redes sociales se llenan de gritos desaforados de un lado y
otro en el que la discusión de los temas es lo menos importante y resaltan
los insultos y las descalificaciones que buscan aniquilar ética y moralmente al
que piensa distinto, al que se atreve a elevar su voz.
No es una práctica marcada por una
ideología u otra. Desde la derecha y la izquierda, las bombas se lanzan de
igual manera: el contrincante debe ser aniquilado. Desde perfiles falsos
de Facebook, se cuestiona la integridad de quienes se oponen a su
pensamiento, exacerbando la rabia y el natural descontento popular para
traducirlo en linchamiento moral.
La discusión se convierte entonces
en un apedreamiento y no en una reflexión que intente llevar, si no al
consenso, si al necesario respeto por el otro.
¿Cómo construir la paz si todas
nuestras acciones son marcadas por la necesidad de destruir al otro? ¿cómo
convivir si no somos capaces de entender que el otro tiene razones tan válidas
como las nuestras?
Los gobernantes y sus
defensores no pueden caer en la trampa de creer que toda opinión adversa a
sus decisiones debe ser contrarrestada con el aniquilamiento del oponente.
Ellos representan al estado y éste debe dar ejemplo de convivencia y de
discusión, con altura. Es claro, que deben esperar de la oposición, un debate
en las mismas condiciones.
En estos tiempos de ánimos
caldeados no se da ni lo uno ni lo otro.