El exsicario Jhon Jairo Velásquez Vásquez es noticia hoy en Colombia tras la información revelada por El Tiempo de que tiene un cáncer de esófago en fase terminal (estado IV), con metástasis en pulmones, hígado y otros componentes abdominales.
Nacido en Yarumal, Antioquia, el 15 de abril de 1962, este hombre conocido con el alias de Popeye se encuentra hospitalizado en el Instituto Nacional de Cancerología de Bogotá, fue uno de los más temibles asesinos del cartel de Medellín.
De hecho, en 1989 estuve al frente de varias de las acciones que más dolor causaron en Colombia.
Estos son solo tres de los hechos en los que él tuvo participación directa y que EL TIEMPO reconstruyó recientemente.
- El magnicidio de Luis Carlos Galán, viernes 18 de agosto de 1989
“La mafia actuaba con fiereza y cada vez en los escenarios más inesperados. Horas antes, el miércoles 16, el magistrado Valencia García fue asesinado por cuatro sicarios en el centro de Bogotá. Y ese viernes, a las 6:18 a. m., con extrema sevicia mataron el coronel Quintero. El oficial, quien en su larga lucha contra los narcos obtuvo 26 condecoraciones y 54 felicitaciones, recibió 154 disparos en una calle de Medellín. Murió solo e indefenso.
Con este contexto algo había podido hacerse. Pero Galán no estaba para cobardías y se fue para la manifestación de Soacha en donde lo esperaban unas 20.000 personas. Juan Lozano, entonces su secretario privado, se alarmó al ver tanta gente. “Era un derroche de aguardiente y voladores, un carnaval de ostentaciones”.
La abundancia de licor que pasaba de mano en mano contrastaba con la precariedad del esquema de seguridad. Galán llegó en un carro blindado al barrio La Despensa, pero contra todas las recomendaciones lo bajaron y lo subieron a una destartalada camioneta blanca de estacas a la que, incluso, –se confirmó después en las investigaciones– se treparon varios sicarios.
Era sobrecogedor verlo entrar a Soacha en esa vetusta carrocería del vehículo de placas EV 8581, con el brazo derecho en alto, saludando, mientras se esforzaba con su mano izquierda para evitar que se le subiera el chaleco antibalas.
En las fotografías que tomó José Herchel Ruiz, de su equipo de campaña, se ven las imágenes de varios hombres de sombrero blanco y cinta negra, distintivo usado por los sicarios para identificarse entre ellos.
Galán entró a Soacha con un aire de caudillo y de elegancia que contrastaba con la ausencia de iluminación y las nubes de polvo que dejaban a su paso varias motos, cuyos ocupantes nunca nadie requisó.
Acostumbrados a las austeras movilizaciones, los galanistas tuvieron un mal presentimiento, pues era evidente que alguien había hecho llover plata para esta. Una paradoja en uno de los municipios más pobres y desordenados del país. ¿A nadie se le pasó por la cabeza que ese hombre era no solo el más amenazado del país sino también el más seguro presidente?
Por eso sorprendió ver el arribo de Galán a Soacha en aquella camioneta entre ruidos de voladores como si fuera un carnaval. Tampoco se le vio angustiado cuando lo bajaron y se fue caminando hacia la tarima. A pesar de que en la plaza hay una tarima de cemento, a alguien se le ocurrió hacer una de madera para que Galán pronunciara su discurso. Fue una decisión determinante porque varios de los asesinos se emplazaron debajo de la improvisada estructura de tubos y tablas de madera, entre varios niños que no podían creer que el hombre que iba a hablar sería el presidente de Colombia.
A las 8 y 45 de la noche se oyeron las primeras ráfagas de varias metralletas. En ese instante alguien cortó la luz del alumbrado público. Los autores del magnicidio dispararon con sus Atlanta calibre 9 milímetros, Ingram y MP-5, entre otras armas.
Cuando Galán levantó los brazos para saludar, el chaleco antibalas se subió y su cuerpo quedó vulnerable.
Tras las ráfagas, uno de los escoltas se le tiró encima, mientras otros lo bajaron en medio de la gritería. Corrieron hacia el carro blindado que le había conseguido su jefe de debate, César Gaviria Trujillo. Nadie sabe por qué en esos instantes no se fueron para el Hospital de Soacha, a la vuelta de la esquina, a 200 metros del sitio del atentado, sino que se abrieron paso por el caótico tráfico en dirección a Bosa, por una vía atestada, polvorienta y mal señalizada.
A las 8 y 55, Galán fue ingresado por sus escoltas al servicio de urgencias del Hospital de Bosa. Mientras lo entubaban, le daban un masaje cardíaco y ventilación asistida, las emisoras entregaban extras de la estremecedora noticia”.
- El avión de Avianca, lunes 27 de noviembre de 1989
“Cuando el avión apenas empezaba a tomar altura, oscilando entre los 12.000 y 14.000 pies de altura —es decir, unos cuatro kilómetros por encima del suelo terrestre—, explotó con sus 134.133 libras de peso. Los cuerpos de las víctimas, fragmentados, y la estructura del avión, hecha pedazos, se dispersaron en un radio de cinco kilómetros sobre el cerro Canoas. Los investigadores internacionales, entre los que participó el FBI, hallaron en un pedazo del tanque central de combustible rastros de Semtex, un explosivo fabricado en Checoslovaquia.
Luego de bajar del helicóptero, los periodistas de EL TIEMPO empezamos a caminar hacia la columna de humo. A medida que nos acercábamos se empezaba a sentir el olor a chamuscado, y en el camino cogían forma lo puntos que se veían desde el cielo: eran jirones de equipajes, carteras con documentos, zapatos, relojes, anillos, las cuentas de un rosario, fragmentos de las sillas, de las alas, la cola, partes del motor, documentos, cables, mandos de instrumentos de navegación, carteras, llantas del tren de aterrizaje, ropa.
Un grupo de socorristas de la Cruz Roja, miembros de la Defensa Civil, del Cuerpo de Bomberos, policías y unidades del Ejército, entre otros, trabajan de manera dispersa por toda el área. Muchos extraños husmean entre las maletas. Es evidente que hay un pulso entre quienes quieren ayudar y los que ven en la escena un botín.
Esa misma mañana, un hombre llama a la emisora Caracol Radio para atribuir el accidente a una bomba ordenada por ‘Los Extraditables’, un poderoso conglomerado de capos de la mafia del narcotráfico liderado por Escobar, quien quería ganar su sangrienta guerra a golpe de terror.
Las primeras conclusiones son devastadoras. No hubo sobrevivientes —murieron seis personas de la tripulación y 101 pasajeros— y, según confirmó Medicina Legal, la tarea de identificación sería todo un reto porque apenas uno de los cuerpos quedó completo. Al llegar al punto adonde iban todos los caminos se veían los restos más visibles del avión. Ardían ya sin llamas”.
- La bomba del DAS, miércoles 6 de diciembre de 1989
“No se sabrá si se acercaron a chequearlo o simplemente no hubo tiempo. Sesenta segundos después explotó. En su interior llevaba 500 kilos de dinamita gelatinosa. Eran las 7:33 de la mañana de ese miércoles 6 de diciembre de 1989.
Al estallar hizo polvo la fachada del edificio, mató a 63 personas e hirió a más de 600. La onda expansiva alcanzó a impactar –en algunos casos no dejó ni un muro en pie– 500 edificaciones en 23 cuadras a la redonda. En el centro quedó un cráter de 13,6 metros de largo, 11,6 de ancho y 3,3 de profundidad. De ahí que la explosión se escuchara en toda la ciudad.
El lugar quedó convertido en un área de guerra: 300 establecimientos comerciales arrasados, edificios de apartamentos destruidos, 30 entidades financieras y más de 200 juzgados averiados, 70 despachos de la Dirección de Instrucción Criminal desaparecidos y un grueso de expedientes judiciales pulverizados, entre otros los que con más celo se guardaban: los de las masacres de Urabá, Córdoba y Segovia, que ya documentaban con sólidas pruebas la responsabilidad de los hermanos Castaño –Fidel, Vicente y Carlos– y de Diego Murillo, ‘don Berna’, entre otros, contra indefensos campesinos. Un modelo de acción que luego ellos replicarían en todo el país.
El bus recorrió la calle 18 y fue visto por Romualdo Rodríguez, de 28 años, y Patricia, de 26 años, dueños de la Ferretería Rodríguez, padres de Liliana, de cuatro años.
Probablemente creyeron que se trataba del bus de la ruta que venía a recogerla y se hicieron al frente con la niña. Los cuerpos de una familia inocente desaparecieron para siempre. Ellos formaron parte de la lista de los 63 muertos que cayeron allí. De los más de 600 heridos que hubo en aquel instante, muchos fallecieron después, por lo que el saldo final de víctimas no se estableció con precisión.
Los narcos, en semejante guerra en la que el Ejército y la Policía patrullaban las 24 horas y a cada instante se montaban estratégicos retenes, habían logrado traer la dinamita desde Ecuador, la entraron a Nariño y luego la pasaron por Medellín. El recorrido siguió y al llegar a Cundinamarca, la guardaron cerca de Bogotá. Allí se acondicionó en el bus con el cuidado previo de reforzar su chasis para soportar el peso de la carga”.
“La luz escaseaba por la nube de polvo y porque la bomba había dejado el sector sin fluido eléctrico. Los cables de alta tensión y del servicio telefónico se hicieron añicos, así como los vehículos blindados que estaban en el sótano, entre ellos 18 camperos Trooper blindados de última generación que estaban listos para el servicio del CTI.
Recuerdo que en la distancia, al oriente, un cielo diáfano dejaba al descubierto Monserrate, con su iglesia blanca, coronando los cerros verdes; al occidente, unas nubes se posaban sobre los cerros donde apenas días atrás 107 personas habían muerto en el avión de Avianca. Era como estar parado en el corazón de un país que se nos iba en medio del desconcierto general”.