» Mariam Nabatanzi, una mamá ugandesa lucha sola por mantener a todos sus hijos.
Hace tres años, la mujer ugandesa de 39 años fue abandonada por su marido. Un año después de casarse a sus 12 años, dio a luz a mellizos. Le siguieron cinco pares de mellizos, cuatro de trillizos y cinco de cuatrillizos. Seis de esos niños murieron.
Sin embargo, hace tres años, la mujer ugandesa de 39 años fue abandonada por su marido, quien la dejó sola con sus 38 hijos.
Ese fue sólo el último revés en una vida marcada por la tragedia para Nabatanzi, quien vive con sus hijos en cuatro estrechas casas hechas de bloques de cemento y con techo de hierro corrugado en un pueblo rodeado de campos de café a 50 kilómetros al norte de Kampala.
Después de que nacieron sus primeros mellizos, Nabatanzi fue a un médico que le dijo que tenía los ovarios inusualmente grandes. Entonces le recomendó que no use anticonceptivos, como pastillas, porque podrían causarle problemas de salud. Así que los niños siguieron llegando.
El tamaño de las familias en África es grande. En Uganda, la tasa de fertilidad promedio es de 5.6 hijos por mujer, una de las más altas del continente, y más del doble del promedio mundial de 2.4 niños, según el Banco Mundial.
Pero aún en Uganda, el tamaño de la familia de Nabatanzi la convierte en un extremo atípico.
Su último embarazo, hace dos años y medio, tuvo complicaciones. Era su sexto par de mellizos y uno de ellos murió en el parto, el sexto hijo que muere.
Luego su marido, a menudo ausente por varios períodos, la abandonó. Su nombre ahora es una maldición familiar. Nabatanzi se refiere a él usando un improperio.
“Crecí llorando, mi hombre me ha causado mucho sufrimiento”, dijo la mujer en una entrevista en su casa, con sus manos juntas y sus ojos llenos de lágrimas. “Toda mi vida se ha ido cuidando a mis hijos y trabajando para ganar algo de dinero”, agregó.
Desesperada por dinero, Nabatanzi hizo de todo: peluquería, decoración de eventos, recolección y venta de chatarra, elaboración de ginebra local y venta de hierbas medicinales. El dinero se va en alimentos, cuidado de la salud, ropa y aranceles escolares.
El mayor deseo de Nabatanzi es que sus hijos sean felices. “Comencé a tener responsabilidades de adulto siendo muy joven. No he tenido alegría, pienso, desde que nací”, concluyó.