Pero no todo lo que brilla es oro, la cifra del nuevo sueldo básico no se debe entender sólo desde la recepción del dinero sino lo que puede alcanzar ese dinero.
El aumento en un 10.07% en el salario mínimo para el 2022 ha sido catalogado como un hecho histórico en la última década. De manera nunca antes vista centrales obreras, empresarios y gobierno se pusieron de acuerdo para fijar los nuevos ingresos mensuales para los empleados formales. En 2011 una persona ganaba $535.600 pesos y desde el otro año devengará $1 millón de pesos sin incluir auxilio de transporte, una evidente alza.
Pero no todo lo que brilla es oro, la cifra del nuevo sueldo básico no se debe entender sólo desde la recepción del dinero sino lo que puede alcanzar ese dinero, una sociedad donde incluso productos de la canasta familiar tienen grabado el 5% y 19% de IVA, los servicios públicos están por la nubes y los arriendos ni se diga, es complicado subsistir con esta cifra. Entonces ¿Dónde está la realidad de ese incremento? Los optimistas dirán que es positivo, mientras que los realistas mirarán que así como sube el salario, sube todo lo demás en el mercado.
Con esta tesis se señala que ante mayor poder adquisitivo que tiene la demanda, o sea, los colombianos, así aumentarán los bienes y servicios que conforman la oferta, una dinámica natural de la estructura de este modelo económico.
Y es que todos los ángulos de este aumento no son los mismos, desde cada ciudad del país se mira el contexto de forma diferente, las circunstancias que dominan en las economías locales permiten una lectura de lo bueno, lo malo y lo feo de este reajuste en la escala salarial. Por ejemplo, en Santa Marta los conceptos son variados frente a las luces y sombras del empleo como tal.
Para los samarios lo bueno es que existe la formalización de empresas que generan empleo de acuerdo con lo normativo. Según el informe de calidad de vida de ‘Santa Marta Cómo Vamos’, en el 2020 fueron creadas 5.562 unidades productivas y la ciudad está en el puesto 15 de las 32 ciudades que muestran un índice de competitividad.
En contrate a las estadísticas anteriores, lo malo serían los datos que sigue mostrando Santa Marta en materia de desempleo, es la cuarta capital de la Región Caribe donde el mercado laboral sigue siendo escaso con un 15.4%. Además, la brecha social entre hombres y mujeres afecta a las femeninas para conseguir un empleo, y ni qué decir de la falta de oportunidad para los jóvenes, una tasa que indica que 26 de cada 100 muchachos que salen a buscar trabajo, no lo consiguen, ampliando al 30.1% el desempleo juvenil.
Lo feo en la samaria es lo que dicen sus habitantes, el 39% aseguran que el dinero no le alcanza para cubrir las necesidades básicas del hogar, teniendo en cuenta que las fuentes de financiación no siempre son empleos formales, porque en el distrito 62 de cada 100 samarios se mueven en la informalidad laboral.
Estos guarismos dejan un marco de acción por parte de los sectores públicos y privado-productivos, porque el margen para que las personas disfruten de ese aumento en Santa Marta se ve cada vez más lejos, dado que la creación de empresas, la convocatoria para la inversión de nacionales y extranjeros, deben estar en el discurso de políticos y empresarios. Si no se actúa de cara a la realidad que se vive, no se podrá salir del atolladero generado.