La protesta anunciada por los motociclistas, aquella que parecía tener un objetivo claro, como lo era hacerse sentir ante la Alcaldía de Santa Marta por las restricciones del decreto 210 del 6 de septiembre, se salió de control.
Aquellos que prometían velar por los derechos de los más vulnerables, de aquellos que tienen que levantarse diariamente para transportar pasajeros durante todo un día para llevar comida a la casa, se convirtieron en vándalos, dañando cámaras de fotomultas y amenazando al comercio formal, ese que también lucha día a día por generar empleo.
Motorizados llegaron en gavilla hasta los establecimientos comerciales con amenazas, exigiéndole a los trabajadores no abrir los locales o tendrían consecuencias, como si en Santa Marta no hubiera ley.
Y es que la ciudad parecía sin autoridad, los policías brillaron por su ausencia cuando hombres en moto amedrentaron a más de 100 establecimientos ubicados en diferentes sectores de la ciudad. “Cierren o les partimos los vidrios”, eran las amenazas utilizadas.
Los actos vandálicos dañaron de fondo la finalidad de alzar la voz, dándole a la protesta el sinónimo de barbarie, porque a la final no eran los motociclistas en contra de las normas que creen injustas, sino los motociclistas en contra de un igual, de un semejante que solo busca comida para su mesa.
Santa Marta necesita un Escuadrón Móvil Antidisturbios, para que se haga al control de estas alteraciones del orden público que pone en riesgo la vida de los cuidados por los intereses de unos pocos.
