Muchas veces se ha comentado que los mosquitos pican a las personas que tienen la ‘sangre dulce’, pero esta afirmación no deja de ser un mito.
Las preferencias de estos molestos bichos son otras y tienen que ver más con la cantidad de dióxido de carbono que emite una persona.
Al respirar, los seres humanos expulsan CO2. Este gas es la señal que captan los mosquitos para dirigirse a sus presas y que pueden llegar a detectar a 50 metros de distancia.
Pero el dióxido de carbono no solo los atrae a ellos, sino que atrae a todo tipo de insectos que necesitan sangre para sobrevivir.
Al captar el CO2, las neuronas cerebrales del mosquito que controlan la visión se activan e inician la búsqueda de la presa. A 10 metros de distancia ya pueden ver a sus víctimas, pero aún no las diferencian de otros objetos ya que su capacidad de visión es muy limitada.
Sobrevuelan los elementos en busca de calor. A unos 20 centímetros ya pueden detectar las señales térmicas y distinguir a los seres humanos de otros elementos como muebles, árboles o plantas.
Los mosquitos distinguen a sus víctimas de otros elementos porque son capaces de detectar las fuentes térmicas.
Un último vuelo a 3 centímetros de distancia de nuestra piel es definitivo. Los microbios que allí habitan, responsables del olor corporal, hacen que los mosquitos se sientan atraídos más hacia unas personas que hacia otras.
Se trata pues de un mecanismo de detección muy sofisticado que convierte a los mosquitos en unos cazadores muy sofisticados.