“¡Llegó!
“¿Regresó, viene pa’ acá?”
“Que Dios no te escuche”
Esa es la conversación que Milton sostenía con su ‘compadrito’ Carlos al conocer a mediodía que ya estaba en el país al que ellos llaman, “el diablo”.
Y es que según los hombres residentes en la vereda La Pola, ubicada en los límites de los municipios de Chibolo y Pivijay, donde mientras sostenían su celular observando la noticia a través de www.santamartaaldia.co sentían como para ellos olía a azufre y volvían los recuerdos trágicos de una época en la que reusarse a dejar sus tierras, era sinónimo de muerte.
‘Jorge 40’ según fuentes de Migración y Policía, pasado el mediodía aterrizó, deportado desde Estados Unidos.
Aun a ‘Jorge 40’ le esperan 1456 investigaciones y 35 órdenes de capturas.
Pero a pesar de esto, su nombre no deja de ser motivo de miedo y terror en esa zona del Magdalena, sobretodo de aquellos que recuerdan aquellos momentos de tragedia en los que sus familias perecieron por las órdenes de masacres dadas por el sanguinario jefe paramilitar.
En la vereda mencionada, donde conversaban de manera temerosa Milton y Carlos, se encuentra la mítica ‘Casa del Balcón’, donde Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, entregaba órdenes a las Autodefensas de operaciones en contra de la población civil.
Las paredes de esa casa de madera de dos plantas, que en un tiempo funcionó como iglesia cristiana, fue el lugar donde se originó una de las masacres que involucró al “40” y a sus hombres, los cuales acabaron con la vida de varias personas incluido un líder religioso de la región.
La casa es centro simbólico para las víctimas de La Pola, La Palizúa y las fincas de las personas que por el proceso de restitución regresaron a sus tierras a trabajar, sin embargo, al entrar a la casa que consta de dos niveles y en la parte de abajo hay un salón de unos 20 metros; todavía tiene el eco de la violencia, el recuerdo de esa reunión en la que el padre del excoordinador de Víctimas del Mininterior, los convirtió precisamente en eso: “víctimas”.
“Éramos los venezolanos de esa época, así como se ven en las calles, así pasábamos nosotros gracias al padre del señor que atenderá a las víctimas en el Ministerio del Interior”, dijo Fernando Miltón Toncel Reinoso, un poblador de esa zona.
LA MASACRE
Varios de los pobladores aun recuerdan ese día, el que nunca se borrará de su mente, pues los que estaban a pocos metros solo sintieron los disparos y los que estaban cerca, solo callaron y esperaron las acciones colaterales; los días en los que tuvieron que partir a otras ciudades, los meses sin trabajo y caminando en avenidas de nombres de presidentes donde debían pedir limosna.
Los días en los que como mendigos sus hijos se asomaban a las rejas de las casas y veían de lejos a los niños jugar con muñequitos y carritos nuevos; las tardes en las que repetían, “la frase ayúdeme con algo” y el término que fue cambiado a víctima, pero que dolía y desde un principio se utilizó para tacharlos: “desplazados”.
El 19 de julio de 1997, Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, citó a todos los habitantes del sector rural del municipio de Chibolo (Magdalena), para notificarlos de que tenían una semana para salir de sus fincas.
El entonces jefe paramilitar llamó a los campesinos de los corregimientos cercanos a una reunión en el centro comunal del municipio, en un lugar conocido popularmente como la ‘Casa del Balcón’, para advertirlos de que tenían ocho días para irse del sector, porque iba a iniciar una guerra con los Frentes 19 y 37 de las Farc.
Ante la orden de ‘Jorge 40’, los habitantes le pidieron, al menos, quince días para intentar salvar las pocas pertenencias de sus fincas; sin embargo, una semana después la zona rural del municipio de Chibolo era un pueblo fantasma, habitado y gobernado por paramilitares.