Una historia de un vaso roto derramando agua que se reparó llenando otros vacíos.
Una causa que siempre ha existido, pero una sola fecha que conmemora el actuar. La búsqueda de derechos tras las cargas de un género que al pasar de los años se le ha subestimado las virtudes; es eso y un trasegar de nudos fuertes desatados, la lucha de las mujeres a lo largo de la historia.
Muchos desde la lejanía miramos fortaleza en los ojos, y admiramos actitudes, aptitudes o simplemente esa gallardía con la que algunas se colocan las botas, atan sus cordones y pisan firme sobre el suelo que la mayoría de las veces está repleto de huecos y espinas.
Pocos nos cuestionamos que hay detrás del guerrero, en este caso las guerreras, que las hace tan valientes para incluso colocarse en frente de cualquier desafío cuando una está apunto de ser arrojada al precipicio, sin siquiera conocerla.
He observado desde pequeña en diarios y noticieros casos aberrantes contra las mujeres en el Magdalena, y realmente cada vez que se divulga uno no sé cual me indigna más, por lo atroz que puede ser el ser humano hasta con criaturas que no conocen de mal en el mundo.
Sin embargo, detrás de todo hay esperanza y verdaderas heroínas, de esas que hablo al comienzo, que han formado su poder entrenándose a punta de esos golpes que da la vida, y en Santa Marta se crío una de ellas.
“Yo nací en Ibagué, donde viví durante 4 años con mi madre y mi hermano, poco recuerdo de allá, pero lo que no se me olvida es que dejamos la ciudad escapando del maltrato de mi padre”, empezó a contarme aquella mujer alta, de buen porte y temperamento firme.
Tras un silencio de unos 4 segundos, continuó diciéndome que llegó a Santa Marta para construir una nueva vida, a la orilla del mar donde todo comienza y a la vez termina, bajo la inocencia de una niña que no veía el mal que a veces puede esconder la belleza de las olas.
“Mi infancia fue difícil, pero la afronté con gallardía, salía con mi hermano a ayudar a los pescadores con los trasmallos y luego íbamos a vender los pescados por las calles de Gaira”, continuó relatando.
El sol empezaba a reflejarse fuerte sobre la ventana, fue por un vaso de agua y ahí estaba yo con la intriga de conocer más sobre aquella mujer. Tomó asiento, cruzó sus piernas respiró y retomó la palabra.
“Vivíamos en playa Salguero, en una casa humilde, y aunque había un montón de obstáculos, mi hermano y yo teníamos muchas ganas de salir adelante, de superarnos, así que estudiábamos y le dedicábamos mucho tiempo a la escuela, lo que nos mantenía siempre en los primeros lugares”, dijo.
Suspiró, miró por la ventana de aquella habitación elegante con un toque moderno, pero a la vez con un antaño que escondía tras sus paredes, en las que hacían juego los rayos de luz que ingresaban desde el cristal. Ahora su mirada se posó un poco más seria y el tono de su voz me dio una impresión un tanto confusa, difícil de explicar, así como cuando simplemente se te colocan los vellitos de punta.
El alma rota
“Tenía nueve años y pasaron cosas que desconocía, destrozaron aquel ángel que vivía en mí, me llevó a preguntarme a como es posible que alguien tan cercano se pueda convertir en el villano de mi historia, que, aunque en ese momento no era un cuento de hadas, lo estaba construyendo”, expresó con firmeza, aunque podría percibir que había algo más allá.
Caminó algunos metros y llegó a una estante de libros, empezó a acariciar uno a uno y dibujó con un movimiento de sus manos una sonrisa sobre ellos.
“Esto que ves aquí, me salvó, la literatura. Iba a la biblioteca de Gaira en busca de una escapatoria para esa tormenta que estaba viviendo en mi cabeza y recordaba con solo verme al espejo. Cada letra, un portal que me hacía creer en las segundas oportunidades y realidades alternativas.”, expresó esta vez un poco más nostálgica.
Seguía sin entender muchas cosas, pero por alguna extraña razón comprendía lo que estaba sintiendo, no se si sería esa conexión entre mujeres de las que hablan o las energías, en las que tanto creo.
“No es solo una penetración del cuerpo, la violación es una penetración del alma misma, las huellas profundas que deja la violación en las mujeres y las niñas, es supremamente poderosa”, continuó diciéndome.
Yo quedé fría, algo se quebró dentro de mí, solo imaginar aquel dolor que enfrentó… Porque era imposible no sentir, ante aquel relato que abría la puerta oculta de una habitación reluciente, donde nunca pensé que los cimientos se hubieran construido de tal manera.
“Tú te sientes toda la vida con una huella física, psicológica, moral y espiritual que te hacen caminar por la vida con una canasta llena de cargas de culpa y desgracias por ser mujer, en un mundo que te hace sentir que serlo está mal” añadió.
El teléfono sonó y se dirigió a contestarlo, parecía ser algo urgente, así que me puse a merodear por el lugar y a tratar de procesar todo lo que me acababa de decir, no se sí un baldado de agua fría, caliente o una experiencia que me llevaba a reflexionar tantas cosas.
Pasaron algunos minutos y se acercó a mí, continuando la conversación “desde niña empecé a sentir los efectos de ser mujer, las culpabilidades, pero también esa fuerza interior que me hacia creer en la rebeldía y el feminismo. Siendo consciente que las cosas no tenían que ser así de dolorosas para las niñas y las mujeres. Tenia que trabajar por ello”.
En ese instante empecé a ver el rostro de aquella mujer que percibía desde lejos en su lucha por los derechos de la mujer, pero esta vez con más admiración y como no hacerlo luego de saber por todo lo que había pasado.
“Mi mayor desafío ha sido poder levantarme de ese ciclo de dolor y sufrimiento porque la violación deja huellas más profundas en la psiquis. Lo enfrenté escuchando las historias de otras mujeres, así comenzó mi terapia” agregó.
Acomodó unos lápices que estaban sobre su escritorio y siguió detallándome el proceso, “cada dolor más atroz me hacía entender que yo no podía seguir siendo solamente una víctima, que tenía que ser un hombro, oído, voz, pero sobre todo una fuerza para hablar por otras que no habían podido tener la ventaja de ser escuchadas como yo”.
Fue a partir de allí que tomó la decisión de emprender su camino como defensora de los derechos humanos y luchar contra la violencia.
Integró la Red de Mujeres del Magdalena en donde fue invitada por las fundadoras Sonia Gómez y Miledis Yanes, quienes también han cargado con los ladrillos de la historia.
“Los logros y reivindicaciones que tenemos hoy se los debemos a otras mujeres. Somos lo que somos hoy gracias al trabajo desinteresado, extraordinario de todas aquellas que se han sacrificado” dijo.
Una de las batallas más fuertes en las que la lucha rindió los frutos fue sin duda alguna la emprendida durante más de 8 años contra el judicializado exparamilitar Hernán Giraldo, acusado por abusar sexualmente de más de 200 menores de edad en la zona rural de la Sierra Nevada de Santa Marta y cuatro más en la cárcel a las que habría ingresado al hacerlas pasar como supuestas hijas.
“No es solo la reivindicación de esas mujeres violadas, que no han tenido justicia, verdad y reparación que siguen siendo silenciadas socialmente, es también todo el marco simbólico de una ciudad y un territorio que se acostumbró a esa figura gigantesca, un poco mesiánica de un patrón que desde la Sierra Nevada colocaba el orden y la autoridad, al que le justificaban la violencia contra los cuerpos de menores de edad porque las entregaban sus mismos padres” siguió contando.
La noche empezaba a llegar y el tiempo parecía compenetrar entre la historia. El viento frío empezó a acompañarnos y con el ruido que sollozaba entre los marcos del ventanal.
Fue por un abrigo, colocó a hacer un poco de café y el aroma de las notas del grano inundaron toda la casa, haciéndome sentir abrigada de tranquilidad y esencia de hogar.
“No solamente me costó la batalla judicial, siento que fue más dura la lucha contra una idea social que aun justifica la violencia contra las mujeres. Para mi continúa siendo una cosa aberrante y dolorosa, porque tengo una hija y me coloco en la carne de esas chicas que aún siguen invisibles sin recibir justicia”, manifestó.
Ahora ejerce como directora de Reconciliación y Paz en Bogotá, donde defiende los derechos humanos y cada vez que tiene oportunidad alza la voz para hacer resaltar las virtudes de la región Caribe y ser puente de solución entre los diferentes conflictos.
Un final reparador
Pero el tiempo no pasó a la ligera como quizás se da a entender en este corto relato de Norma Vera Salazar, en ese paso a paso aparte de ser defensora de los derechos humanos, estuvo en el parlamento vasco y europeo; fue candidata al senado de la República, docente universitaria, y funcionaria publica, entendiendo el sistema judicial sin ser abogada desde su vocación.
Y es que se apoderó de los casos de más de 10 mil mujeres violentadas, a quienes ayudó a buscar justicia.
“Yo utilizo la metáfora de un vaso que tiene un hueco y por ese hueco se escapan las gotas de agua y nunca se llenan, lógicamente el vaso esta supremamente vacío. Ver tantos casos de mujeres a las que vi destruidas por más de 20 años y ahora están reivindicadas, dueñas de sí mismas hicieron que las grietas de ese vaso desaparecieran y no se escapa una gota, eso quiere decir que me siento feliz conmigo”, me dijo con una medio sonrisa.
Fue por dos tazas y sirvió café, dos rebanadas de pan caliente, un ambiente ameno y un relato que sin duda sé que nunca olvidaré.
Le dio un sorbo a la bebida y siguió, volvió a hablar “mi vaso está totalmente cerrado, las deudas que sentía tener conmigo, los dolores y los sufrimientos se acabaron, hoy me siento una mujer más tranquila, con paz interior”.
Colocó la taza de café en la mesa haciendo un ruido un poco fuerte, y con un tono de voz un tanto más serio me dijo algo que me hizo respetarla aún más.
“Quizás una de las cosas que poca gente comprende es que yo perdoné a mi violador, que sea Dios el que arregle las cuentas con él, pero no lo perdoné por él, lo hice por mí, porque es una forma de quitarme esa carga y continuar mi vida, pero no en la rabia y resentimiento sino con la tranquilidad propia de alguien que ha sabido perdonar, seguir, pero que ha podido dedicar su vida a que el sufrimiento mío no lo repitan otras”, resaltó.
Su actuar lo adjudica a la labor pedagógica y todas las cosas buenas, sin modestias o banalidades que ha hecho con un sacrificio legitimo por cosas en las que cree en el tema de la defensa de las mujeres.
“Expongo mi vida y lo hago convencida de que las ventajas, personas y acompañamiento que logré en mi vida para que ese vaso mío se llenara y no se siguiera rebosándose, fue gracias al apoyo de mucha gente que sintió ganas de ayudar a otras mujeres como lo hago yo ahora”, expresó esta vez con una sonrisa.
Asimismo me dijo que le gusta el rol de ser la escucha activa de muchas mujeres y siente un compromiso enorme luego que aun estando en Bogotá, una mujer la llame en búsqueda de ayuda porque no la escuchan y no avanza su caso.
“Siento ese dolor de cada una de las víctimas y quizás una de las frustraciones más poderosas es que aun después de tanto insistir el sistema no funciona, se indigna por una mujer víctima, pero después pasa la página para indignarse con otra mujer que ha sido abusada, entonces es una tarea ardua pero que disfruto porque la escogí por vocación” puntualizó.
Encendió su teléfono y me mostró una bella fotografía de la Bahía, las dos sonreímos al tiempo y de un momento otra vez su expresión seria.
“Me fui de Santa Marta porque tengo una amenaza muy clara contra mi vida, pero sin embargo llevo el calor de mi tierra en el corazón y no dejo de contestarle y hacerle seguimiento a todas las victimas que me llaman, aunque esto me lleve a trasnocharme, fuera de mi jornada laboral, porque es un compromiso moral “adjuntó.
Ya era muy tarde así que nos despedimos, agradecí por su hospitalidad y nos abrazamos en lo que catalogué como un regocijó de energía femenina. Y para que mentirles hasta más empoderada salí después de cruzar la salida, es realmente muy poderoso lo que transmite.
Y para finalizar ya a unos cuantos metros de su casa, escucho su voz decir “ten presente lo que dijo Cicerón, no hemos nacido solo para nosotros mismos, mira yo siento que nací para esta causa”.
Crónica realizada por: Yeinnis Hincapié