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Santa Marta

En los zapatos de una sobreviviente

La persistencia y amor por su familia la hicieron vencer el cáncer de mama.

Por: Yeinnis Hincapié

Entre las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, exactamente en el corregimiento de Palmor, nació un 10 de octubre Luz Mireya Barreto, una mujer que desde niña mostró ser fuerte y centrada en sus metas.

Creció bajo el manto de una familia cafetera, que le cultivó el amor por el campo, al igual que a sus dos hermanas y dos hermanos con quienes compartió gratos e inolvidables momentos en estas tierras, que aún recuerda con alegría.

Al conversar con ella, es posible ponerse en sus zapatos, cada que te cuenta esos instantes de su vida y abre su corazón, para hacerte sentir como si estuvieras viviendo tal historia.

En mi caso, por ejemplo, bastó intercambiar varias palabras y verla como conectaba con los animales y árboles floreados de rosado, mientras sonreía aquella mañana, para saber que no estaba en frente de cualquier mujer.

Dicen que la naturaleza está formada por energías y cuando aquellas son positivas, el ambiente habla por sí solo. Entre esa paz que se sentía, Luz Mireya me empezó a contar su historia.

“Mi niñez fue muy bonita, yo me crie en el campo, en las fincas, con mis papás, hermanos, tíos y primos, con quienes trabajábamos la agricultura y recolectábamos café”, dijo.

Por un momento se quedó mirando hacia un lago e hizo un gesto, que reflejaba nostalgia, y seguido de una medio sonrisa continuó narrando.

“Recuerdo un día que fuimos a buscar una vaca súper mansita, pero cuando le quisimos coger el ternerito, nos correteó y terminamos con mi hermano encima de unas matas de mora, todos ‘puyaos’. Mejor dicho, eso es algo que no podré olvidar”, contó entre risas.

Las dificultades en la vida de esta mujer, como a la mayoría de habitantes de la Sierra Nevada de Santa Marta, empezaron a presentarse con obstáculos en el acceso a la educación.

“El colegio donde estudiaba me quedaba súper lejos de mi casa y me tocaba caminar alrededor de una hora de ida y regreso”, mencionó.

Tiempo después se habría trasladado a una vereda en RÍopiedra, donde no había escuelas, razón por la que no pudo seguir estudiando, aproximadamente tres años.

Posteriormente, decidió viajar hasta Bogotá, donde vivían sus abuelos para seguir sus estudios, pero no le gustó, por lo que se fue a vivir con su tío y su familia en Santa Marta, donde siguió su bachillerato.

A sus 16 años empezó a trabajar de niñera cuidando a sus primas, lo que le permitió solventar sus necesidades económicas y graduarse a los 18 años.

“Luego empecé una carrera técnica, para después continuar mis estudios profesionales como administradora de empresas, que, gracias a Dios, culminé exitosamente”, contó.

Tras necesidades y oportunidades, las dos hermanas, que se habían quedado en la Sierra, también decidieron llegar a la capital del Magdalena para terminar sus estudios.

Y, la vida a Luz Mireya seguía sonriéndole, tanto así que conoció a un gran hombre con quien tuvo un niño de 10 años y una niña de 7 años.

Sin embargo, un golpe fuerte llegó tocando la puerta de su familia, posándose en la entrada de sus vidas como una gran amenaza.

“Hace cinco años a mi hermana María Mónica la diagnosticaron con cáncer de mama, fue un proceso muy duro, me golpeó bastante porque uno no espera eso”.

Esto, lo dijo resaltando que en su familia ya había antecedentes de la enfermedad, por parte de dos tías y una prima hace muchos años.

En el proceso con su hermana, tuvieron muchos inconvenientes, en los que les tocó discutir con la EPS, y tramitar tutelas para finalmente someterse a tratamiento en el Instituto Nacional de Cancerología en Bogotá.

Las cosas empezaron a mejorar, y aquellas nubes grises que se posaban sobre aquellos paisajes parecían despejarse.

En ese momento, un inesperado rayo cayó sobre su tranquilidad y con ello se avecinó una fuerte tormenta.

“El año pasado me diagnosticaron, para el mes de octubre, carcinoma ductal infiltrante grado 3, tras alertarme por anomalías en mis senos y hacerme varios exámenes”, contó.

Posteriormente, decidió someterse a varias cirugías como mastectomía bilateral e histerectomía como prevención, dado que le hicieron pruebas genéticas y la salió BRCA1 positivo.

Este es un examen que realizan para determinar si el cáncer viene de una genética familiar. La misma prueba había sido positiva para su hermana.

“Empecé mi proceso de quimioterapia, fue muy duro, lloré al principio, pero tomaba fuerzas desde mis ganas de salir adelante y el amor por mi familia, para no dejarme caer”, siguió contando.

Luz Mireya se planteó un propósito, que era llegar a la meta de la cura, por lo que decidió no dejarse consumir por la enfermedad y siguió con su vida, como si ese gigante monstruo llamado cáncer, solo fuera un charquito de agua en un día lluvioso que se seca ante una fuerte brisa.

“Yo seguí trabajando como si nada, luciendo mi calva, acostumbrándome a los cambios y viviendo el proceso, como un momento de aprendizaje”, expresó.

Ante tales circunstancias que habían sucedido, Luz Mireya, le insistió a su otra hermana, la menor, Martha Liliana, que se realizará exámenes médicos y salieron positivos para cáncer de mama.

Esto sucedió en diciembre de 2022, y gracias a su detención temprana pudieron erradicarle la masa, que tenía el tamaño de una lenteja, con cuadrantectomía y cinco radioterapias, sin necesidad de quimio.

“En ese momento pensaba en lo que podían estar sintiendo mis padres al ver que sus tres hijas habían sido diagnosticadas con un cáncer de mama, le pedía mucho a Dios que les diera fortaleza y sabiduría”, dijo con la voz entrecortada.

A raíz de esto, decidió hacer parte de una fundación, llamada Corazón Rosa que apoya a las mujeres en la lucha contra el cáncer de seno, y que en su momento llegó a su vida como un conjunto de ángeles en forma de personas, tras el sostén que fueron para ella.

En la actualidad, esta gran mujer, con la mirada en alto, se posa en la cima de la montaña, como una heroína que venció todos los obstáculos que esta enfermedad le puso en su camino.

Hoy está sana, con su cabello creciendo, un semblante lleno de brillo, una sabiduría y don de empatía, que hace que conecte con aquellas personas que están pasando por lo mismo que pasó, llevándoles una voz de aliento, siendo el ángel que alguna vez otras personas fueron con ella.

Ahora invita a las mujeres para que se realicen el autoexamen y acudan al médico, recordando que la detección temprana salva vidas.

Finalmente, Luz Mireya recorre un camino lleno de colores, donde pretende seguir alcanzando logros y dibujando flores en los espacios oscuros, a través de sus mejores lápices, el de la voluntad, amor, resiliencia y persistencia.

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