PRIMERA PARTE
Darle características antropomórficas a la celebración de estas fiestas puede sonar descabellado y más aún hablar de las carnestolendas como si se tratara de un ser que vive. No importa el dónde sino el cómo nació, pues, al surgir en un contexto de postconflicto y mantenerse, demuestra resiliencia y dureza en sus bases.
En enero del 2005 el Caribe se preparaba como de costumbre a la celebración anual de la fiesta del ‘dios momo’. En los pueblos del Atlántico y del Magdalena no se hablaba de otra cosa sino de marimondas, comparsas, faldas, cumbias y maizena. El tono estaba dado: “quien lo vive es quien lo goza”, pero este no pudo ser el lema de las familias que para la época les tocaba padecer el amargo sabor del desplazamiento producido por la guerra.
Nací en el municipio de Salamina, Magdalena, un pueblo de gente amable y pujante donde el carnaval tiene un lugar especial dentro del calendario de festividades. Mi familia y yo fuimos uno de esos tantos que para aquel enero los desatinos de la vida nos obligó cambiar la alegría por el llanto, el disfraz por el luto; las Autodefensas mataron a un familiar y nos exigieron que debíamos salir del municipio.
Aún recuerdo aquella mañana cuando llegaba a mi casa y nadie me quería contar nada, me tocaba descifrar los labios de mis tíos diciendo entre dientes “se tienen que ir”. Mi pueril cabeza no entendía qué pasaba, yo tan inocente solo comprendía que el carnaval se había acabado antes de empezar. Nos fuimos sin saber para dónde, nunca supe si volveríamos o no. Lo que estábamos viviendo para mí era totalmente nuevo.
Cruzamos el río Magdalena, y en ese día solo pensaba en mi pareja de baile de la comparsa de la casa de la cultura del pueblo, no sabía si se iba molestar por no avisarle. Y en aquel viejo escaparate quedó colgado un vestido de cumbiambero que simbolizaba la esperanza y anhelos de un niño salminero.
Sin mirar atrás y buscando pensar en otras cosas nos subimos al bus. De fondo sonaban las canciones del Joe Arroyo, Pedró Ramayá, ‘La niña’ Emilia entre otros sones, no faltó el vendedor ambulante ni el que pide colaboración, pero muy atrás del vehículo escuché la discusión de 2 ancianos aparentes eruditos en la cultura. “El Carnaval nació en Santa Marta y emigró hacia Barranquilla después del proceso de independencia”, palabras que jamás olvidaré.
La discusión la acabó la misma premura del viaje. Aquel hombre de sombrero y mochila que se negaba a creer aquella tesis se bajó justo cuando la historia se mostraba interesante. Pasaron 15 años para que pudiera comprender esta disputa cultural.
LA IDEA DE UN CARNAVAL SAMARIO
Desde hace 8 años que vivo en Santa Marta he escuchado la misma afirmación que pregona una originalidad del carnaval de Barraquilla en tierras magdalenenses. Cultores e historiadores confluyen a afirmar la misma premisa. Empecé a buscarle asidero a esa realidad.
Me hablaron del magister en historia Wilfredo Padilla Pinedo y con él inicié la conversación. No ahorró esfuerzo en dejar claro que el hecho histórico no puede ser olvidado y aunque no sea una idea muy aceptada, el carnaval sí nació en la samaria.
“Sabiendo perfectamente que el carnaval es una tradición que no es auténtica de América sino que es traída por los españoles cuando llegaron a fundar ciudades en el continente. Santa Marta figura como uno de esos territorios fundados que sobrevivieron con el paso del tiempo, luego encontramos a Cartagena donde también se daba esta expresión del carnaval. Esta misma situación no la podemos aplicar para Barranquilla porque esta no es una ciudad colonial”, explicaba Padilla.
Con su estilo pedagógico y tranquilo me explicó que en simultaneidad de Santa Marta y Cartagena el carnaval también había llegado a Valledupar. Los colonos a donde llegaban montaban sus fiestas e implantaban su cultura, su baile y sus costumbres.
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EL TEMA NO ES DE DÓNDE, SI NO CÓMO LLEGÓ EL CARNAVAL A QUILLA
Entre otros datos necesarios para comprender esta idea de un carnaval migrante, Padilla Pinedo profundizó en el momento sociopolítico que vivía Santa Marta previa a las últimas guerras independentistas.
La ciudad dos veces santa se había mantenido fiel a la corona española por los beneficios recibidos de los reyes católicos y el parentesco que surgió con los colonos, según algunos estudios, pues a los samarios de la época les era más fácil juntarse con blancos españoles que con nativos.
Con voz canora y como en una clase magistral, Padilla Pinedo alzó el dedo y transportándome a aquel siglo XIX aterrizó en la génesis del carnaval en Barranquilla.
“Una vez que Santa Marta jura lealtad a la Constitución colombiana después de 1821 la gente queda dividida, hay unos ganadores y los que se aferraban a la vieja estructura eran los perdedores. Y sobre estos últimos inició una especie de persecución, hasta tal punto de no ser aceptados en esta ciudad, obligando a que muchas de estas familias tengan que salir huyendo”, aseguró Wilfredo.
Este párrafo antes que responder el interrogante de cómo llegó el carnaval a la arenosa, me hizo pensar en que como aquellas familias salieron a la fuerza de la ciudad a la mía también le sucedió lo mismo, aunque eran razones diferentes. El factor común era que la guerra, independentista o paramilitar, esa misma había desconfigurado el proyecto de vida que se tenía.
Ya volviendo en sí y más interesado en el relato continué en la conversación. “Unas familias migran a Barranquilla donde también llegan con sus costumbres como el carnaval y en esa misma dinámica surgen unas condiciones especiales para que las fiestas se desarrollen, evolucione y crezca”, continuó el profesor.
Hay investigaciones demográficas que confirman la teoría. En censos de la época existen registros de apellidos samarios con presencias también en Barranquilla. Estos núcleos aprovecharon el ascenso que ofrecía esta ciudad y lograron posicionar el carnaval superando incluso el del lugar de origen.
Me parecía familiar y cercana esta historia, no es fácil humanamente sacar elementos positivos de un suceso desafortunado. Saber que el Carnaval nació en Barraquilla resultado de un desplazamiento forzado hace comprender del material que estamos hechos los costeños.
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EL CARNAVAL NO ES DE BARRANQUILLA, SI NO DE TODO EL CARIBE
Posterior a estas migraciones primigenias de samarios, a ‘la puerta de oro’ llegaron delegaciones de otras partes de Europa que fortalecieron la celebración de estas fiestas, influyendo positivamente en su proyección regional.
Padilla, urgido por el timbre de su celular que le anunciaba una cita médica no quiso dejar escapar algunas piezas que le faltaban al rompecabezas. Es obligado hablar del San Agatón, el patrono de los carnavales, el personaje central del barrio Mamatoco, en otrora un antiguo asentamiento indígena.
“Este santo es importante porque le añade días a todos los carnavales. Inicialmente le añadió el día sábado porque es su procesión, y el viernes porque eran sus vísperas para el caso de Santa Marta”, a esto Wilfredo también precisó, “el carnaval se vio nutrido también por las danzas de los pueblos del Magdalena cercanos al río que empezaban a participar de este auge cultural”.
“¡Ñerda! La del teléfono era mi mujer, me estaba llamando para recordarme la cita, dejemos hasta aquí”, me dijo entre risas el profesor, y mientras bajábamos las escaleras del antiguo claustro San Juan Nepomuceno me contaba cómo el terremoto de 1984 devastó toda Santa Marta, restándole aún más importancia portuaria, industrial y econímica. Otro desafortunado suceso que sin querer favoreció el progreso de Barranquilla. “Llámate a Edgar Rey” me dijo al terminar la conversación.
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EL APORTE MULTIRACIAL EN EL CARNAVAL
Antes de llamar al maestro Edagr Rey Sinning, quise visitar a la gestora cultural Graciela Orozco, una apasionada por el carnaval, quien sueña, piensa y vive por el rescate de aquel viejo carnaval. Y como es de costumbre la encontré preparando su comparsa. Para ella el carnaval no es una fiesta sino una actitud.
Cada vez que ‘Chela’ habla, pone presente la riqueza del carnaval de Santa Marta, es obligado hablar de la Guacherna samaria y magdalenense, un baluarte que se da en el contexto de las carnestolendas. Un acontecimiento que se enmarca dentro del canon de los bailes cantados propios de la ribera del río, esos mismos que fueron a parar a Barranquilla.
“Nuestra guacherna tiene su historia, su danza y su musicalidad que data desde 1681”, dijo ‘Chela’. Asimismo, resaltó cómo las primeras manifestaciones de fe en la ciudad estuvieron amarradas a las cumbiambas y danzas de la época, ella escribió una canción donde cuenta cómo entorno la fiesta religiosa de la Inmaculada Concepción en diciembre, empezaba una celebración con espíritu de carnaval.
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“En 1861 o 1862 los carnavales empezaban desde el 7 de diciembre, pero como esta es una fiesta pagana la parte religiosa decidió que no se hiciera desde ese tiempo porque aún faltaba navidad y reyes magos. Entonces iban ser 2 meses de muchas celebraciones”, dijo ‘Chela’.
Con su turbante, su cara expresiva y su elegancia señorial, la hacedora del carnaval empezó a entonar su canción. Una cumbia que termina siendo un lamento que rememora cómo los indígenas, los africanos esclavos y los españoles construyeron una fiesta de vivencia regional.
Recordaba en ese momento que ya sobre ese cruce racial me había hablado el profesor Padilla. La Quinta de San Pedro era una finca muy cercana Mamatoco, donde los negros esclavos participaban de los festines. Más tarde la procesión de San Agatón era acompañada por cucambas y diablitos, un par de cumbiambas que más tarde empezaron hacer parte de las fiestas de Barranquilla.
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EL DOLOR EXPRESADO EN EL CARNAVAL
El sincretismo racial del que habla Chela en su canto, muestra lo dolores de un pueblo que buscó en la cultura una manera expresar sus sufrimientos que desde siempre han acompañado el desarrollo histórico del país, pero como antídoto a esto apareció el carnaval, que desde sus inicios ha existido con poderes curativos.
“El carnaval ha sido una forma de bajarle a tanta violencia. Las danzas han hecho de esos sucesos de guerra, un acontecimiento cultural. Fíjate la danza de las garotas cómo nace, cuando violaban a nuestras mujeres, los criollos tomaron sus vestidos y acabaron con los españoles. Esa circunstancia hoy es un homenaje.
Igual cuando bailamos la cumbia, le hacemos un reconocimiento a los negros esclavos levantando el pié, porque ellos estaban amarrados. El carnaval sigue siendo un estado de tranquilidad después de tanta guerra”, concluyó Graciela Orozco.
La conversación no pudo haber terminado de mejor forma, el baile de sus alumnos emulando la elegancia de los españoles, la naturalidad indígena, esto al ritmo del tambor de los negros africanos.
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