Andaba con el corazón partido porque mi recién nacido estaba hospitalizado en la unidad de cuidados intensivos. Al día siguiente de su nacimiento estuvo 24 horas atrapado en una incubadora, lleno de cables y muerto de hambre, porque su barriguita estaba inflamada y lo recomendable era el ayuno. Lloró casi sin pausa y yo, para intentar calmarlo, solo tenía permitido meter las manos a través de esa cajita de cristal que lo alejaba de mis abrazos, de mi piel.
Enfermeras, abuelas y suegras se encargan de reproducir ideas anticuadas sobre el amamantamiento que hacen que muchas mujeres dejen de darles leche a sus hijos.
Andaba con el corazón partido porque mi recién nacido estaba hospitalizado en la unidad de cuidados intensivos. Al día siguiente de su nacimiento estuvo 24 horas atrapado en una incubadora, lleno de cables y muerto de hambre, porque su barriguita estaba inflamada y lo recomendable era el ayuno. Lloró casi sin pausa y yo, para intentar calmarlo, solo tenía permitido meter las manos a través de esa cajita de cristal que lo alejaba de mis abrazos, de mi piel.
Fueron días tristes, en los que una palabra dicha sin mesura podía romperme y disparar todas mis inseguridades. Por eso todavía recuerdo con ira ese momento en el que una enfermera jefe llegó con la leche que me había extraído hacía unas horas. Ya me habían dado vía libre para amamantar a Lucas y me habían sugerido que me ‘ordeñara’ para medir mi producción.
— Con lo que está produciendo la mamá, hay que darle fórmula –dijo la enfermera mientras meneaba con desprecio el tetero.
— La asesora de lactancia me dijo que es normal producir poco en este momento. –Me atreví a replicar–. Es suficiente. El bebé no necesita más.
— ¡Hm! Donde usted le dé esta cantidad al bebé, va a terminar volviendo aquí con el niño deshidratado.
Sentí que me había clavado un cuchillo en el estómago. A alguien que no ha experimentado un cerebro posparto, tal vez le suene excesiva mi sensibilidad, pero traten de pensarse en un momento de total vulnerabilidad, con cientos de hormonas revoloteando por el cuerpo y con la duda de si ustedes serán capaces de darle a un nuevo ser humano lo que necesita para sobrevivir. Discutí un poco más, pero cada una de mis palabras se encontró con una barrera. Decidí guardar silencio, contener la rabia, retener el llanto.
Por enfermeras como ella, así como por familiares que tienen teorías antiguas y desgastadas sobre la lactancia, muchas mujeres todavía tienen procesos de amamantamiento frustrantes. La naturaleza indica que estamos preparadas para alimentar a nuestros hijos. Así que, antes de rendirnos, deberíamos consultar con un especialista, en lugar de caer en esos mitos que hacen tanto daño y que a continuación trato de aclarar brevemente:
“Hay que darles fórmula mientras baja la leche”. Se tiene la idea de que el calostro (la primera leche que produce el cuerpo) no es suficiente para el bebé, pero sí lo es. Apenas nace, el tamaño de su estómago es igual al de una canica y se llena rápidamente.
“Use el extractor para ver cuanto está produciendo”. El extractor nunca va a ser tan efectivo como la succión del bebé, quien ayuda a que liberemos hormonas que aumentan la producción.
“Tome agua, cerveza o vino para aumentar la producción”. Lo único que incrementa la cantidad de leche es la succión que hace el bebé varias veces al día.
“El bebé está quedando con hambre”. Si el chiquito queda inquieto después de comer, muchas piensan que hay que complementar con fórmula, pero lo que ocurre es que el bebé está pidiendo más tiempo en el pecho para estabilizar la producción y así asegurar que podamos darle lo que necesita a largo plazo. Deberíamos dejar que nuestros hijos coman sin mirar el reloj, todo el tiempo que sea necesario y todas las veces que lo pidan al día. Si ellos mojan sus pañales y aumentan de peso, no están quedando con hambre.
“Somos malas lecheras”. Pasa, con mucha frecuencia, que a los tres meses las mujeres piensan que se les secó la leche. En realidad, el bebé está en medio de un brote de crecimiento (tiene más hambre) y nuestra producción está cambiando: el chiquito ahora debe succionar durante dos minutos para poder extraer la leche y eso lo desespera. Las mamás, inseguras, sienten que su desesperación se debe a que se están quedando sin leche.
Texto escrito con el apoyo de la asesora de lactancia Lorena Beltrán, Parto Consentido y la comunidad Mamá Informada en el diario El Espectador.