Esta tradición une a niños en los rincones de la ciudad en vísperas de navidad.
Por: Yeinnis Hincapié
Se mete la ‘loca’ en Santa Marta en diciembre y con ella la alegría para cientos de niños, que ven las fuertes brisas como su mejor amiga para que sus cometas aborden en vuelo.
Entre las calles de los barrios, se ven buscando guaduas para cortarlas y empezar a armar el armazón.
El ingenio y la creatividad se ponen rápidamente a trabajar, hilo trazado tras otro para sujetar fuertemente el material y no se vaya a desestabilizar.
Ahí está el experto neto, que percibe las medidas correctas para que la cometa baile por los aires al son del domador.
La estructura lista y llega el turno del diseñador, que lleva por dentro cada niño y ve en su construcción un personaje o amigo que tiene que hacer lucir como todo un campeón.
Pegar papel tras papel con mucho cuidado, templando cada lado, para que el viento al golpear sea el mejor aliado, y luego al mirarlo en el cielo quede todo el público totalmente deslumbrado.
Trabajo en equipo, manos a la obra. Está el que sostiene de la cometa y quien controla la ‘lancha’, sopla el viento leve, otras veces agresivos y llega la brisa perfecta para que vuele.
Corre, corre con el nylon hasta que se estabilice, y a rogar que si se destruye la cuerda en un lugar peligroso no aterrice, preparando la carrera en caso tal, la cometa haya que ir a recuperar.
Esta es una tradición que, aunque no se ve como antes, aún perdura y no conoce de clases sociales, ya que el mejor volador de cometas hasta con ‘papagayo’ puede dejar por el suelo a los más elaborados.
Afortunadamente, Santa Marta cuenta con espacios increíbles para esta práctica como las playas, donde no hay cableados y la brisa pega plena para que la cometa se comporte como un ave volando.