El mar y los ríos, junto a las especies que habitan en ellos, son los más perjudicados.
Por: Yeinnis Hincapié
Anuncian las lluvias en Santa Marta y la naturaleza entra en un dilema, por un lado, las plantas y zonas boscosas sienten alegría ante la llegada de un nuevo florecer y, por otra parte, el mar y río se preparan para recibir una gran ola de contaminación.
El panorama se pinta oscuro, las nubes anuncian un terrible paisaje, cada gota que cae en los principales cuerpos de agua es sinónimo de llanto, que explota en un grito cuando cesa la tormenta.
El fin es el silencio, habitado por macabras huellas que, aunque intentan borrarse, mediante el despojo, permanecen en lo más profundo.
Un sinnúmero de especies terminan enredadas entre residuos, y a algunas les toca sobrevivir cargando con miles de bullicios.
La mirada de los responsables parece ser ciega, ya que, aunque conocen el problema, siguen contribuyendo para que no se detenga.
Dos pasos en la calle y un residuo al suelo, tres personas, en una esquina, ya van diez y hasta 100, olvidan lo que hicieron y no alcanzan a comprender lo que causará aquel acto que acaban de cometer.
Tanta belleza y poco agradecimiento, sin embargo, la naturaleza sigue siendo el atractivo de la ciudad e inclusive el departamento.
Será que si hablara, nos dijera que quizá sigue deslumbrando, porque tiene la esperanza que, en algún momento, las personas sean consciente que deben cuidarla y acabe el sufrimiento.
Este miércoles se observaron comportamientos de los ciudadanos que atentan contra el bienestar de la comunidad y la naturaleza, y aunque las autoridades y las empresas de aseo deben actuar, lo cierto es que mientras no se cambie la cultura y comportamiento, el problema nunca va a acabar.
