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Agua, el origen de las guerras de este siglo

Desde hace por lo menos 20 años se han escrito libros que alertan sobre los recursos naturales y la guerra que por su posesión se podría desatar en este siglo, pero hoy -más que nunca- esas advertencias se perfilan como muy posibles, frente a la grave crisis política, social, económica y ambiental que atravesamos.

En un mundo formado por el cambio climático y que se rige por los principios del capitalismo y el crecimiento económico sin fin, habrá crisis y conflictos en torno a los recursos naturales”, le expresa al diario El Tiempo el reputado investigador estadounidense Nick Buxton, especialista en cambio climático, militarismo y justicia económica.

“No solo estamos avanzando contra los límites ecológicos de este planeta –advierte–, sino que la apropiación injusta e inequitativa de los recursos significa que muchas personas ya están excluidas de cualquier beneficio. La resistencia y el conflicto podrían ser el único medio de supervivencia para ellos”.

Otros analistas pronostican que en un planeta que enfrenta una eventual recesión mundial, donde existen graves problemas sociales, políticos y económicos y en el que los poderosos necesitan seguir creciendo para mantener poder y control, no sería descartable que se introdujeran estrategias para desestabilizar a las naciones que poseen las mayores reservas naturales del mundo.

En Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Venezuela y otros de la región, por ejemplo, están las mayores reservas de agua, biodiversidad o minerales como cobre y litio, este último es esencial en el desarrollo de las industrias de computadores, celulares y de las pilas que activarán los 150 millones de carros eléctricos que deberán salir al mercado en la década que comienza mañana.

Para Buxton, la apropiación de recursos por el gran poder no es una novedad y ha sido una constante desde la Colonia, pero la estrategia que empieza a aplicarse es distinta.
“La diferencia es que se hace con menos frecuencia por las ocupaciones territoriales por países, pero, cotidianamente, se oculta en las cadenas de suministro corporativas donde las grandes marcas conocidas, como Apple, tapan sus responsabilidades con los mineros que les proporcionan los metales preciosos o los trabajadores que construyen sus teléfonos”, afirma.

Las alertas se multiplican
El programa de Naciones Unidas para el medioambiente, Pnuma, afirma que aunque los recursos naturales casi nunca o nunca han sido la única causa de los conflictos, su explotación y “las tensiones ambientales asociadas pueden convertirse en importantes promotores de violencia”.

Precisa que, desde 1990, por lo menos “18 conflictos violentos han estado impulsados por la explotación de recursos naturales”, tanto de gran valor comercial como madera, diamantes, oro, minerales varios y petróleo, o de menor valía, como las tierras fértiles y el agua.

A eso suma el cambio climático, que la ONU considera “un valor multiplicador de amenazas, pues agudiza las causadas por la violencia, la pobreza persistente o una deficiente gestión de los recursos”.

La década que comenzaremos, por lo tanto, será de grandes desafíos y transformaciones. El consejo de Seguridad de Naciones Unidas reconoció las posibles implicaciones del cambio climático en materia de seguridad y en eso trabajan algunas potencias y varias multinacionales desde hace rato, pero, infortunadamente, no para combatirlo y frenarlo, sino para sacarle provecho.

Como coautor de Cambio climático S. A., junto con el profesor y también investigador Ben Hayes, Buxton documentó meticulosamente la forma como ejércitos y corporaciones (multinacionales), con el apoyo de ciertos grupos políticos, buscan hacer del cambio climático un gran negocio, que profundizará la exclusión de los más pobres, que serán expuestos a las peores consecuencias.

El libro no solo nos invita a que pensemos en otras formas para abordar los efectos de la crisis climática, respetando los derechos sociales y la sostenibilidad, sino que también se plantea interrogantes incómodos ante los que no podemos permanecer indiferentes:

“¿Quiénes serán los ganadores y perdedores de las nuevas estrategias de seguridad climática? ¿Cuáles son las implicaciones de que entidades como el Pentágono o multinacionales como la Shell reformulen los alcances del cambio climático, desde la justicia social y ambiental, a un asunto de seguridad? ¿Qué es lo que se va a asegurar, por quién, para quién y a qué costo?”, se preguntan en el prólogo del libro Susan George y Santiago Álvarez.

E l 21 de julio de 2010, la ONU declaró “el agua potable y segura y el saneamiento básico” como un derecho universal, pero ese derecho está amenazado por la feroz codicia sin freno de los depredadores del medioambiente y por el frágil compromiso de los más poderosos para protegerlos y conservarlos.

Para muchos investigadores, la guerra por al agua ya empezó y su comienzo se evidenciaría, por ejemplo, en la adopción por el Banco Mundial de una política de privatización del agua, en la que habría incluido a transnacionales estadounidenses como Monsanto y Bechtel, que buscarían monopolizar el abastecimiento del agua en el mundo, según Alfredo Jalife, autor de Las guerras globales del agua: privatización y fracking.

El agua es el primer recurso natural que empieza a escasear y el problema se agravará si no hacemos nada, dicen los expertos. Cerca de una quinta parte de los países del mundo padecerán la escasez de agua en 2040, según la fundación española Aquae.
Por eso, el tema central, a partir del 2020, será ‘Agua y cambio climático: acelerar la acción’, según los organizadores de la semana mundial sobre el agua que se realizará en Estocolmo entre el 23 y 28 de agosto del año que se inicia mañana.

Para entonces, afirman, será necesaria la innovación en “la ciencia y las acciones para hacer frente a una de las mayores amenazas para el planeta y para nuestra supervivencia”.

El agua es esencial para el desarrollo socioeconómico y para mantener los ecosistemas saludables, y en la medida que la población del mundo aumenta, crece su demanda y se intensifican las tensiones y los conflictos entre los usuarios, según la ONU.

La tierra está cubierta de agua en sus tres cuartas partes. El 97,3 % es salada en los océanos y mares y el 3 % es agua dulce, pero no todos los países la disfrutan con abundancia. Los países de América Latina poseen las mayores reservas de agua dulce en Brasil, Colombia, Perú y Venezuela, entre ellos.

En la región también están las grandes reservas de biodiversidad del mundo y, en Chile, más del 62 por ciento de las reservas probadas de litio del planeta.
Pero esos no son los únicos desafíos que enfrentaremos. Se suman otros derivados de fenómenos meteorológicos extremos.

Solo en 2015, mil millones de personas se vieron afectadas por desastres naturales, y en el 2016 se batió el récord de concentración de dióxido de carbono en la atmósfera y también el aumento de las temperaturas, según cifras del Foro Económico Mundial. El organismo vaticinó hasta el 2027 otros peligros ambientales, como la desigualdad económica y la polarización social.

Al lado de eso está el desarrollo, la búsqueda de la perpetuación del poder, etc., y la desigualdad entre los que poseen los recursos naturales y quienes los codician.

El investigador Buxton afirma que las raíces de amenazas de guerra que enfrentamos hoy no son las mismas de la llamada Guerra Fría, pues ya no se trata de un enfrentamiento ideológico entre izquierda y derecha, sino que gira “más sobre cómo administrar equitativamente los recursos limitados en un momento de inestabilidad climática.

“Eso implicará desafiar a los poderosos –explica– porque actualmente están anulando los recursos que pertenecen a todos y militarizando su respuesta a aquellos que se atreven a desafiarlos”.

¿Qué habría que hacer entonces ante la amenaza de una guerra de este tipo?, le preguntamos a Buxton.

“Necesitamos desarrollar soluciones poscapitalistas que prioricen la justicia social y trabajen dentro de los límites ecológicos. Esto puede significar nuevas tecnologías, localizar elementos de producción, alentar una mayor propiedad pública y colectiva para reconocer el mundo natural como un bien común para todos, no un recurso para unos pocos”, responde.

Tomado de El Tiempo

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